En la primera fecha del Clausura 2025, el domingo pasado, Ernesto Javier Uziga fue el árbitro asistente número 1 en el triunfo 1-0 de Instituto sobre Gimnasia, en La Plata. Este domingo, por la segunda jornada, Uziga estará a cargo del AVAR (Árbitro Asistente de Video) en Belgrano-Racing. A sus 50 años y con cientos de partidos en Primera División –una carrera que incluyó varios superclásicos, encuentros históricos para el fútbol argentino y un pasado como internacional en Copa Libertadores y Eliminatorias al Mundial Rusia 2018–, Uziga no le escapa al contexto de su rubro.
A diferencia de los árbitros principales, los asistentes –antiguamente llamados jueces de línea– no suelen ser conocidos por la mayor parte del público futbolero. Su geografía laboral sintetiza lo que podría llamarse un protagonismo externo: entran al campo de juego pero, apenas empieza el partido, arbitran desde un costado. Uziga, por ejemplo, integró la terna arbitral de la Promoción que marcó el descenso de River, ante Belgrano en 2011. También fue parte de la final de la Copa Argentina 2015 entre Boca y Central -en ambos casos ocupaba el sector opuesto a las jugadas con las decisiones arbitrales más recordadas-.
Pero el caso de Uziga es aún más excepcional porque, ya con 18 años de Primera División desde su debut en 2008, uno de los rasgos centrales de su biografía personal también es desconocido: Javier -el nombre con el que fue llamado desde chico- es hijo de Santiago Norberto Uziga, uno de los 30.000 desaparecidos en la dictadura militar, secuestrado el 4 de marzo de 1977 en su casa de Laferrere, cuando el futuro árbitro asistente tenía apenas dos años y tres meses. La historia de Javier es también una historia argentina de los últimos años, entre el terrorismo de Estado, la tragedia familiar –con el enorme amor de sus sobrevivientes como contrapeso– y el fútbol como pasión y refugio.

En el torneo de los campeones del mundo, un día la noticia será el regreso de Ángel Di María o Leandro Paredes, o el regreso de los hinchas visitantes. Pero la semana pasada en La Plata, este domingo desde una cabina del VAR en Ezeiza, y el próximo fin de semana en el partido que le toque, Javier Uziga invocará a su padre Santiago, también presente en cada fecha de Primera División.
La voz de Uziga
«Nací en diciembre de 1974. Todos los caminos indican que Ernesto, mi primer nombre, es por el Ernesto del Che Guevara. Soy uno de los cuatro hijos del matrimonio de Delicia Delgado y Santiago Uziga. Mi papá era peronista. Su último laburo fue como chofer de la embajada de Cuba en Buenos Aires. Para comienzos de 1977, ya estaba desactivado de ese trabajo pero era perseguido por los militares. Muy perseguido».
«Vivíamos en una casa en Laferrere. En marzo de 1977, cayeron los militares a buscar a mi papá. Estábamos mi mamá, embarazada de Ariel, que nacería en junio de 1977, mis dos hermanos -el mayor, Gustavo, y mi mellizo, Hugo- y yo. Estuvimos horas en esa situación hasta que, cuando llegó mi papá, se lo llevaron con ellos. Yo no tengo ninguna imagen de mi papá. Tampoco recuerdo nada de ese día. Tenía dos años y pocos meses«.
«Mientras llegaba mi papá, nos revolvieron la casa y a mi vieja le sacaron toda la guita que tenía. Después de que se lo llevaran delante de nosotros, que presenciamos toda esa violencia, mi mamá le fue a pedir ayuda al policía que vivía enfrente. El tipo no tuvo mejor idea que abusar de ella. De esto me enteré hace relativamente poco, cuando yo ya había cumplido 40 años. Encima esa casa después sería usurpada por el policía que nos la había vendido. Después de aquel 4 de marzo, nos volvimos a La Tablada, donde viví el resto de mi vida».

«Mi familia fue muy golpeada por la dictadura. La hermana menor de mi mamá junto con su compañero, o sea mis tíos, también fueron desaparecidos. Ella se llamaba Ana Delgado. El nombre de mi tío era Íbalo -según datos oficiales, Antonio Alberto Íbalo fue desaparecido en Laferrere en febrero de 1977-. Todos peronistas. Habían tenido dos hijos, o sea mis primos hermanos. Uno de ellos -Sabino- ya falleció, ahora hubiese cumplido 50 años. Mi mamá y Ana, las hermanas Delgado, tenían además otra hermana, mía tía Eugenia, que también era peronista y perseguida, pero ella zafó. Su compañero, en cambio, no: también se lo llevaron. Le decían «el Negro» Silva. Mi tía Eugenia todavía vive con mi mamá, o sea con una de una de sus hermanas. Mi mamá es una heroína«.
«Mi mamá y mi tía Eugenia nos criaron a ocho nenes. Los cuatro hijos de mi mamá -Ariel, Gustavo, Hugo y yo- y mis cuatro primos. Los dos hijos de mi tía Eugenia, César y Pablo. Y los dos hijos de mi tía Ana, desaparecida, y su compañero, también desaparecido: Fernanda y José Sabino. Ellas se hicieron cargo de nosotros. Ya en el jardín de infantes nos dimos cuenta de que algo nos faltaba. Parte de la historia familiar la supe mucho después, con el paso del tiempo. Pero de chicos empezamos a preguntar y nos enteramos de que mi papá trabajaba en una fábrica, que no le gustaban los militares y que un día se lo llevaron. Y desde entonces entendía que estaba desaparecido».
«Mi mamá tuvo cuidados extras mientras éramos chicos. Hay cuestiones que uno recién las sabe al crecer. Cuando es adulto, ya hay información que no se escapa. Más tarde me encontré con gente que había militado con mi padre o que sabía parte de su historia y su lucha. Ahí supe más información que mi madre me había ocultado para protegerme. La realidad es que quiso darnos una educación para que crezcamos y podamos hacer nuestras vidas. Siempre nos contuvo«.

«Yo siempre quise jugar a la pelota, ser futbolista. Tuve un paso por las divisiones inferiores de Almirante Brown, en edad de Sexta y Quinta División, pero no pasó a mayores. Igual tenía claro que de grande quería hacer algo que tuviera que ver con el fútbol, aunque nunca imaginé que sería árbitro. Para los chicos, ser árbitro, no suele ser la primera opción. Pero un día, en 1998, me anoté en el curso. Pensé que era joven y me dijeron que al revés, que ya era viejo. Tenía 23 años. Estudié en la Asociación Argentina de Árbitros y, cuando fui a hacer la homologación para la AFA, me dijeron que era grande y me dejaron afuera. Me fui a buscar una liga en el Interior y en Chascomús me anoté para hacer el curso de árbitro nacional que me permitía probar de entrar de nuevo en AFA. Dirigí en el Argentino C, el Argentino B y el Argentino A y entré a AFA. Firmé en 2007 y debuté en Primera en 2008, como asistente. En un momento se define si vas de árbitro principal o árbitro asistente. Tenía proyección para ser árbitro principal en el Federal A pero me salió una oportunidad para ser asistente en el Nacional y la aproveché. Ya al año siguiente estaba en Primera«.
«En Primera dirigí muchos partidos, cientos. Y sigo. Me cuido, estoy bien físicamente. Yo invoco a mi viejo en todos los partidos. Siempre pienso en él antes del comienzo. Pero el River-Belgrano de 2011 era especial. Al comienzo de ese día, cuando salí de mi casa a las 11 de la mañana, puse la radio en el auto y escuché que un periodista decía ‘Señores, está todo arreglado, River se queda en Primera’. La bronca que me dio. Apenas empezó el partido, yo le anulé un gol a Belgrano a la salida de un tiro libre. Levanté la bandera y cobré fuera de juego por interferencia de un delantero de Belgrano sobre el arquero de River. Ahí le dije a mi viejo ‘dame una mano, ayúdame que, si me equivoco en esta, no dirijo nunca más’. Por suerte cobré bien. Encima, ese día en el estadio estaba, para apoyarme, mi actual mujer, entonces mi novia, Mariana De Almeida (jueza y árbitro asistente internacional y de Primera)».

«También dirigí varios superclásicos. Entre otros, dos en el Monumental, el 1-1 de 2014. Y el 1-0 a favor de River en la Copa Libertadores, en 2015. Y además estuve en el último amistoso entre River y Boca, en Mar del Plata, en 2018″″.
«Muy poca gente en el ambiente del fútbol sabe mi historia familiar. Casi nadie. La primera vez que lo dije fue para el 10 de diciembre, el Día de la Restauración de la Democracia, en 2012. El día anterior, el domingo 9, yo estaba en el vestuario de Independiente, antes de un partido contra Colón. Estaba hablando con dos productores de Fútbol para todos y uno de ellos dijo ‘hoy es un día especial, habrá un festival en la Plaza de Mayo por el Día de la Democracia’ y ahí salió la cosa. Les conté que mi papá es desaparecido de la última dictadura. Me preguntaron el nombre de mi papá y de mi mamá y, cuando ya estaba en la manga para salir a la cancha, ya concentrado en mi tarea, el relator mencionó a mi viejo y le mandó saludos a mi mamá. Me lo contaron y se me aflojaron las piernas. Lloré. Algunos lo supieron ahí. Después Viviana Vila me hizo una entrevista pero en el ambiente no es un caso conocido».
«Siento una pasión muy fuerte por la política y tengo muchos amigos que militan, pero yo no lo hago. Mi trabajo es muy expuesto. El fútbol, además, me sirvió como una buena salida para no quedar pegado a la historia y quedar anclado ahí, sin poder salir. Tengo conocidos a los que, entre la tristeza y la nostalgia, les ha costado buscar y encontrar su camino. A mi hermano mellizo lo golpeó de una manera muy distinta. Él sigue esperando que mi papá vuelva, como un milagro, pero que vuelva, cuando todos tenemos claro que ya no aparecerá».
En abril pasado, Uziga asistió al fantástico Museo de Argentinos Juniors. Un posteo en Instagram de @aajj_derechoshumanos y @museoaajj reprodujo declaraciones de Uziga delante de un cuadro que homenajea a los hinchas del club de La Paternal detenidos-desaparecidos por el Terrorismo de Estado. Allí dijo: «Soy Javier Uziga, árbitro asistente de la Liga Profesional. Me encuentro acompañando a un grupo de amigos de visita en este estadio y no quiero dejar de reconocer este mural muy emocionante en el cual se hace mención a hinchas desaparecidos en la última dictadura militar, ya que yo soy hijo de desaparecidos. Y para mí, encontrarme con un gesto tan noble y tan importante, me emociona. Y quería agradecerlo».

Ya en el final de su charla con Tiempo, Uziga sintetiza el espíritu de sus palabras: «Lo que más me llama la atención es el reconocimiento que hacen los hinchas. De Argentinos en esa cancha, pero también de muchísimos clubes a sus hinchas desaparecidos, como Gimnasia La Plata, All Boys y un montón más. Para los que tenemos un familiar desaparecido, es un mimo, una caricia. Sentir que estamos acompaños en una lucha de reconocimiento».
Uziga no sólo arbitra: también hace ejercer la memoria. «